El joven ciclista de La Haya lo ha anunciado con una honestidad que duele: El neerlandés Ide Schelling se retira del ciclismo profesional. No es por una lesión dramática ni por un escándalo: es, en sus propias palabras, porque su motor ya no alcanza al ritmo que exige el pelotón moderno y porque la vida de equipo le ha ido desgastando hasta la pérdida de motivación.
“My engine isn’t that big. But you need that big an engine these days to compete in a final.”
Con esa frase sencilla y dolorosamente honesta, Schelling ha confesado lo que muchos sospechaban: el nivel ha subido tanto, el listón es tan extremo, que no basta con ser bueno. Necesitas ser perfecto. Y él, con la transparencia que lo caracteriza, ha decidido dar un paso al costado.

Un corredor con notas brillantes… pero sin techo infinito
Schelling, nacido el 6 de febrero de 1998 en La Haya, se formó en estructuras de prestigio y dio el salto al WorldTour en 2020. Tras años en BORA-Hansgrohe, fichó por el XDS Astana Team y había sido un fijo en las carreteras más duras del calendario. Esa trayectoria y su condición física lo convirtieron en un corredor respetado dentro del pelotón.
En su palmarés figuran victorias destacadas que hablan de calidad: triunfo en el GP Kanton Aargau en 2021 y victorias de etapa en pruebas como la Itzulia y la Vuelta a Eslovenia, además de varias actuaciones memorables que le dieron visibilidad en la WorldTour. Pero esas victorias, aunque valiosas, no cambiaron la realidad que él siente hoy: no dispone del “motor enorme” que ahora se requiere para disputar finales a tope.
“My engine isn’t that big”: la confesión que lo explica todo
La frase que ha dado la vuelta al pelotón es directa y sin edulcorantes: “My engine isn’t that big. But you need that big an engine these days to compete in a final.” Con esa declaración, Schelling no solo explica una limitación física percibida, define el problema del ciclismo moderno: ritmo constante, explosiones continuas, carreras triturantes y cómo eso obliga a pedir un nivel al que muchos, por honestidad o por condiciones genéticas, simplemente no llegan.

Pero su retiro no es sólo cuestión de vatios. Schelling ha hablado también de una desconexión profunda con el día a día profesional: la gestión de viajes, las rutinas infinitas, la presión para rendir siempre, la sensación de que la carrera ya no alimenta sino que consume. Eso pesa tanto como cualquier limitación física y explica por qué alguien con protagonismo en el WorldTour decide cortar a los 27.
El pelotón sube la apuesta; algunos se quedan atrás por elección propia
Lo que dice Schelling confirma una tendencia inquietante: el pelotón se ha vuelto implacable. Jóvenes con perfiles extremos, programas de rendimiento hipercentrados y una especialización temprana elevan el listón temporada tras temporada. Para corredores que son “muy buenos” pero no extraordinarios en un sentido absoluto, el margen de maniobra se estrecha hasta casi desaparecer. Schelling ha optado por no seguir en una rueda que le pide más de lo que está dispuesto a ofrecer, o de lo que considera razonable ofrecer a su vida.

La lista oficial de retiradas ya lo registra: Schelling figura entre los profesionales que ponen punto y final a la temporada, confirmando que su salida será efectiva al término del curso. Un cierre honesto, sin ruido, pero con un mensaje claro: a veces la salida del pelotón la dicta la pérdida de sentido más que la edad o una lesión. Que se lo pregunten a todo un campeón como Tadej Pogačar, que ya empieza a mostrar signos de fatiga.
Lecciones de un adiós temprano
- Retirarse no siempre es fracasar. Cuando la motivación falta, prolongar la carrera solo por inercia puede ser peor que admitir que el ciclo ha terminado. Schelling hace una lectura madura: priorizar su equilibrio.
- El mérito deportivo ya no solo se mide en resultados: también pesa la resiliencia mental, la capacidad de aceptar una realidad cambiante y la decisión de no convertir la profesión en desgaste constante.
- El sistema debe reflexionar: si cada vez más corredores talentosos consideran el abandono por razones de salud mental o desmotivación ante demandas crecientes, el ciclismo debería revisar qué espera de sus profesionales y cómo se cuida a quienes no son superhombres.
El neerlandés Ide Schelling se retira con la cabeza alta. Su caso no es anecdótico: es una ventana incómoda al precio humano del rendimiento moderno. No se va por falta de talento; se va porque, con sinceridad, ha decidido que seguir compitiendo ya no le compensa. Y esa sinceridad, en un deporte que a veces confunde heroísmo con explotación, tiene un valor que trasciende palmarés.
