La cicloturista de la Amstel 2025 más local, una clásica inolvidable

La Amstel Gold Race Experience 2025, mi primera vez con mi grupetta holandesa en una clásica muy especial. Un reencuentro con Limburg después de hacerla por primera vez en el 2024 y una nueva manera de vivir la cicloturista de la Amstel.

La cicloturista de la Amstel 2025 es ciclismo en estado puro
La cicloturista de la Amstel 2025 es ciclismo en estado puro

Mi segunda participación en la cicloturista de la Amstel fue muy distinta a la primera, y no solo por las piernas, sino por la compañía. Esta vez viví la carrera desde dentro, como un ciclista más entre locales, acompañado por mi grupetta holandesa: apasionados del ciclismo, del ambiente que lo rodea y, sobre todo, de exprimir cada momento que la bicicleta nos regala. Compartimos subidas duras, momentos de flaqueza, risas, viento en la cara y, cómo no, las cervezas que nos esperaban tras cruzar la meta en la ya clásica recta de Berg en Terblijt.

El ambiente fue simplemente magnífico durante todo el fin de semana, con temperaturas frescas pero agradables, cielos nublados y ese calor reconfortante de los primeros rayos de sol primaverales.

Salida temprana y primeras rampas

Esta edición de la cicloturista de la Amstel la comencé más temprano de lo habitual, saliendo junto a mis compañeros que se enfrentaban a la distancia larga de 240 kilómetros. Yo, por mi parte, iba a por los 150, pero el entusiasmo era tan grande que salí a rueda como si no hubiera un mañana. Los primeros 50 kilómetros fueron una locura: más de 30 km/h de media, siguiendo ciclistas con motor propio. Pero pronto llegaron las primeras cotas a ponerme en mi sitio.

Limburgo empieza a castigar

El recorrido arrancó con el Geulhemmerberg, una subida corta pero que ya calienta bien las piernas. Keunestraat vino después con su traza irregular, de esas que te rompen el ritmo si no andas fino. Poco más adelante apareció el Loorberg, más largo y sostenido, que empezó a dejarme claro que el ritmo del inicio se iba a pagar.

Pero la joya de este primer tramo fue sin duda el Camerig. Una subida amplia, serpenteante, donde el paisaje se abre y puedes ver todo el valle limburgués extendiéndose a tus pies. Entre el esfuerzo y la belleza del entorno, ese tramo fue pura emoción. El corazón latiendo rápido, no solo por la pendiente, sino por la sensación de estar en un lugar especial.

Drielandenpunt: el punto de encuentro

Las piernas ya avisaban cuando llegué al Drielandenpunt, el segundo avituallamiento y uno de los lugares más simbólicos del recorrido. Aquí se cruzan tres países; Países Bajos, Bélgica y Alemania, y aunque la subida no sea brutal, el lugar tiene un peso emocional. Superarlo es como alcanzar una cima espiritual del recorrido.

Allí me esperaba la grupetta, ya que ellos habían decidido salir desde el hotel en Eijsden, 30 km después de la salida en Valkenburg. Nos reagrupamos, compartimos café, bromas y palabras de ánimo. A partir de ese punto, la ruta se convirtió en una verdadera fiesta ciclista entre amigos.

La cicloturista de la Amstel: muros, sonrisas y compañerismo

Con las fuerzas justas pero el ánimo por las nubes, fuimos afrontando juntos la segunda parte del recorrido. Subimos el Kruisberg entre risas, sufrimos en el Fromberg y encaramos uno de los grandes retos del día: el Keutenberg. Este muro es corto, pero imponente: una pendiente de más del 20% que te obliga a levantarte del sillín, bloquear el cuerpo y tirar de todo lo que te queda. Fue puro sufrimiento… y puro orgullo al coronarlo.

El gran final en el Cauberg y la celebración

El broche de oro llegó con el legendario Cauberg. Allí se respira historia, emoción y espíritu ciclista. A ambos lados de la carretera, espectadores animando, ciclistas de todas las distancias compartiendo esfuerzo y alegría. Cada pedalada era una mezcla de fatiga, emoción y esa sensación de que algo grande estaba terminando.

Subir el Cauberg en ese ambiente es un privilegio. Lo hicimos juntos, la grupetta al completo, apretando los dientes pero con la sonrisa dibujada.

Una experiencia única e irrepetible

Terminamos con las piernas duras como piedras, pero con el corazón lleno. Brindamos con nuestras cervezas bajo el sol de Limburg, celebrando una jornada perfecta. Porque la cicloturista de la Amstel fue más que una cicloturista: fue una vivencia compartida, una fiesta del ciclismo, una forma de ver la bici desde dentro, al estilo holandés.

La cicloturista de la Amstel más especial e inolvidable
La meta en Berg en Terblijt cada vez más icónica

Y así, mi primera vez con mi grupetta holandesa se convirtió en una de esas experiencias que se viven una vez en la vida. Especial, única, irrepetible. Porque si hay algo que aprendí en esta Amstel es que no solo se trata de llegar a la meta, sino de con quién compartes el camino.


Por Juan Ramírez

Apasionado por el deporte. Busco mis límites con entrenamiento, nutrición y ejercicio responsable.

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